Thursday, July 4, 2013

Resguárdate en tu príncipe azul


Que el corazón de una mujer esté tan escondido en Dios para que un hombre tenga que buscarle a Él para encontrarle a ella. 


Todas hemos soñado con ese día maravilloso en el cual un apuesto príncipe (por supuesto con un auto increíble, muy guapo y con el dinero suficiente para consentir cada uno de nuestros gustos), llegue a rescatarnos del dragón (si, el dragón de nuestros miedos, debilidades y monotonía). Y claro, es valido soñar. Pero, ¿Qué estamos haciendo nosotras para convertirnos en esa princesa digna de ser rescatada? 

Como mujeres añoramos ser conquistadas y enamoradas. Sin embargo, es cada vez más común toparse con mujeres que huyen a cualquier expresión de amor que pueda hacerlas vulnerables. Vivimos en un mundo en donde el "sentir" es considerado debilidad y el carácter de un hombre (o mujer) se mide en logros externos más que en riqueza espiritual. Claro está; entonces, que hemos sustituido nuestra esencia femenina por una "máscara" de masculinidad. 

Hemos adoptado roles y funciones que no nos corresponden. Vivimos tratando de demostrarle al mundo y a nosotras mismas que valemos la pena. Que somos iguales a los hombres y que podemos incluso hacer más que ellos. Pero, sorpresa... ¡No somos iguales! ¡Equivalentes si, pero iguales no! 

Fuimos creadas conforme a la perfecta imagen de Dios.  "Después, el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo. Haré una ayuda idónea para él. " Génesis 2: 18. La creación ya estaba terminada. Todo había sido declarado "Bueno" por su rey diseñador. Sin embargo, Dios sabía que hacia falta algo mas… ¡Tú!

Nuestra naturaleza femenina fue creada para demostrar la sensibilidad y enriquecedora belleza de nuestro creador. La fuerza del amor y apoyo incondicional. El esplendor de un Dios que ama ilimitadamente. 

Hemos tratado de borrar todo indicio de vulnerabilidad y ser más como ellos para amarnos más. Sin embargo, nuestra naturaleza femenina es más fuerte y bella cuando la abrazamos. Nuestras capacidades son potencialidades cuando decidimos aceptarnos. Nuestra belleza es irradiada cuando amamos quienes somos. Somos la culminación de la creación. Lo que Dios creó siendo "bueno en gran manera" (Génesis 1:31). 

Resguarda tu corazón y tu femineidad en el único amor que va a ser fiel… Dios. Coloca tus sueños y esperanzas en quien no te va a lastimar… Dios. Ama al que te amará siempre y obsérvate a través de sus ojos. Eres lo más bello que Él ha creado. Expresa tu vulnerabilidad en el único que te va a fortalecer a través de ella. 

¡Si, Dios te ama! Dios tiene a alguien para ti. Dios sabe los deseos de tu corazón. Dios conoce tus luchas y fracasos, tus miedos y sueños. Busca su fortaleza y resguarda tu corazón en Él. Refúgiate en el príncipe azul que te rescató de las manos del enemigo y te ha dado un reino eterno más valioso que oro y plata. 

"Y el rescate que Él pagó no consistió en oro y plata sino que fue la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha" I Pedro 1:18-19 NTV

Apégate a tu Dios y descubre que tu femineidad es más valiosa de lo que crees. Tu eres el complemento perfecto de la creación humana. Si buscas primero el reino de Dios… "todo lo demás será dado por añadidura" (Mateo 6:33). 

Que tu corazón esté puesto en Dios y Él se encargará de darte un hombre que lo ame más a Él que a cualquier otra cosa. Se la princesa que tu príncipe necesita. Porque si tu corazón está resguardado en Él entonces tus expectativas no serán decepcionadas cuando un hombre no logre cumplirlas. No olvides que tu príncipe también tiene su esperanza puesta en Él y ama tanto a su Dios que respeta y valora su mejor creación… ¡Tú!

Y recuerda… Una mujer hermosa no es la más joven, ni la que tiene el mejor cuerpo o la ropa más fina es aquella cuya vida refleja la belleza de su creador… cuya sonrisa inspira y motiva. Es aquella que no tiene miedo a aceptarse tal cual es y reconoce su valor. Y un hombre… un verdadero hombre es aquel que ama y valora a una mujer así sintiéndose orgulloso de tenerla como compañera. ¡Es aquel que ama como Dios amó a su Iglesia! 

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